Competitividad electoral
Concepto que alude al conjunto de características que identifican el grado de rivalidad electoral que se observa en un determinado ámbito político. También ha sido utilizado como sinónimo del nivel de vulnerabilidad que tiene un gobierno o la posibilidad de que se produzcan unas elecciones críticas (Key, 1955)[1]. La competitividad es, por lo tanto, una de las características propias de la competencia electoral, que hace referencia al estado del juego democrático en un momento determinado (Sartori, 1987)[2].
Para identificar cuál es el grado de competitividad en un ámbito político no hay una forma exclusiva de aproximación. Sin embargo, la mayoría parte de la observación del nivel de igualdad en los apoyos de los principales partidos políticos, de la cercanía existente en los resultados de dos o más fuerzas políticas, o mediante la frecuencia de alternancia de los partidos en el poder (Sartori, 1987)[2]. Desde estas visiones, la competitividad electoral toma forma de indicador que traduce en términos numéricos la competencia existente y pretende explicar los fenómenos de cambio que tienen lugar en un contexto electoral determinado. Sin embargo, las diferencias en su cómputo están relacionadas tanto con la delimitación del análisis en términos de ámbito territorial, como especialmente, a la estructura y los componentes del sistema electoral.
El índice de competitividad electoral más extendido es el que se calcula teniendo en cuenta el peso de las dos fuerzas políticas con más apoyos tras unas elecciones. Concretamente, mide la distancia numérica entre los porcentajes de votos de dichas candidaturas. Dicha cifra expresada en términos absolutos refleja la proximidad o lejanía entre el volumen de apoyos de ambos contendientes. Cuanta menos diferencia existe o más cercanos son los resultados electorales de dichas fuerzas políticas, menor es el valor resultante del índice. La interpretación, sin embargo, sigue una lógica contraria a su magnitud. Cuanto más bajo es el resultado del cálculo, mayor es el grado de competitividad electoral y mayor es la posibilidad real de alternancia en el rol de primera fuerza política en dicho contexto (Oñate y Ocaña, 1999)[3]. Teniendo en cuenta el procedimiento de cálculo de este indicador y los resultados que arroja, su mayor utilidad está en la posibilidad de establecer diferentes estrategias comparativas, bien entre sistemas de partidos o bien entre distintas etapas de un mismo sistema. Incluso también puede referirse no a los apoyos electorales sino al peso parlamentario de las fuerzas políticas. En dicho supuesto, se habla del «índice de competitividad parlamentara». Por todo ello, se utiliza usualmente de forma complementaria a otros indicadores de las características de los sistemas electorales o del sistema de partidos políticos.
No obstante, y como ya se ha indicado, existen otras fórmulas de establecer indicadores de competitividad electoral. Hay que tener en cuenta que el anterior índice es poco sensible a reflejar toda la variación electoral que acontece en sistemas multipartidistas, pues se centra sólo en las dos candidaturas más votadas. De ahí que en investigaciones más recientes se haya completado la medición de este fenómeno teniendo en cuenta estas singularidades a través del cómputo de la fuerza de la oposición y el número de victorias alternativas de los partidos (Méndez de Hoyos, 2003)[4]. Tampoco tiene en cuenta el anterior cálculo la variabilidad que puede existir en esas distancias medidas en los distintos distritos que conforman en un sistema electoral, a no ser que se replique el mismo cálculo para cada una de las circunscripciones electorales. Un ejemplo de fórmula alternativa de cálculo de esta dimensión en ese sentido ha sido a través del cómputo del número de votos mínimos necesarios por una candidatura electoral para sumar un nuevo escaño a nivel de distrito (Blais y Lago, 2008)[5]. Con esta fórmula se controlan además las diferencias en las reglas electorales de asignación de escaños y a la vez se captura el efecto de más ofertas electorales que las dos con mayor volumen de voto.
La competitividad electoral también se relaciona con el estudio del comportamiento político y electoral. Desde las teorías de la elección racional, esa vulnerabilidad o previsión de cambio en los resultados electorales se vincula con posibles efectos observables en el comportamiento electoral. Estas teorías sugieren que la percepción de que hay una mayor competitividad entre las fuerzas tiene consecuencias como el incremento en la participación electoral o fenómenos de Voto estratégico (Lago, 2005)[6], al sentir el elector que su voto es más útil o decisivo. Sin embargo, la dificultad de establecer una relación causa-efecto radica en que los índices más utilizados se realizan a partir de los resultados de las elecciones una vez han tenido lugar, lo que impide medir los anteriores efectos antes de la cita electoral. Por otra parte, dado que la mayor parte de estos índices están sustentados en datos de carácter agregado, esto puede conllevar algún tipo de sesgo en el análisis. En cualquier caso, algunos estudios con encuestas o con datos agregado han validado dichas relaciones, por lo que al menos, habría que tenerlas en cuenta como variables de control en las indagaciones sobre los fenómenos del comportamiento político que asuman postulados racionalistas.
Por último, más allá de su cálculo o sus implicaciones analíticas, hay que tener presente que este término se relaciona con las propiedades que tienen que tener las elecciones para que sean calificadas como democráticas. Desde la óptica democrático-liberal, es necesario que existan, entre otras condiciones, elecciones competitivas para legitimar un régimen democrático (Nohlen, 2004)[7]. El adjetivo competitivo asociado al proceso electoral en dicho marco alude tanto a las condiciones establecidas en el ámbito normativo de los comicios, como a la relación entre las opciones que aspiran a la representación política entre sí, y de estas respecto al electorado (Vallès y Bosch, 1997)[8]. Así, los requisitos más elementales para que sean consideradas competitivas unas elecciones son la concurrencia en condiciones de igualdad formal de todas las opciones políticas, la existencia de una posibilidad real de alternancia en el poder y que el cuerpo electoral pueda expresar con libertad sus preferencias.
Véase también
- Electorado
- Encuesta
- Cartografía electoral
- Circunscripción electoral
- Comportamiento político y electoral
- Fragmentación electoral
- Polarización política y/o electoral
- Representación política
- Sistemas electorales
- Volatilidad electoral
Referencias
- ↑ Key, V. O. (1955): «A Theory of Critical Elections», Journal of Politics, 17: 3-18.
- ↑ 2,0 2,1 Sartori, G. (1987): Partidos y sistemas de partidos. Madrid: Alianza Editorial. Error en la cita: Etiqueta
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no válida; el nombre «Sartori, G. (1987)» está definido varias veces con contenidos diferentes - ↑ Oñate, P. y Ocaña, F. (1999): Análisis de datos electorales. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.
- ↑ Méndez de Hoyos, I. (2003): «Competencia y competitividad en México, 1977-1997», Política y Gobierno, X (1): 139-182.
- ↑ Blais, A. y Lago, I. (2008): «A general measure of district competitiveness», Electoral Studies, 28: 94-100.
- ↑ Lago, I. (2005): El voto estratégico en las elecciones generales en España (1977-2000), Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.
- ↑ Nohlen, D. (2004): Sistemas electorales y partidos políticos, México: Fondo de Cultura Económica.
- ↑ Vallès, J. y Bosch, A. (1997): Sistemas electorales y gobierno representativo, Barcelona: Ariel.
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