Democracia mediática
Un conjunto de términos como mediocracia, democracia visiva, democracia centrada en los medios, mediatización de la política y la democracia o el de república impulsada por los medios, han venido señalando a lo largo de los últimos cincuenta años, junto con el aquí adoptado como referencia de cabecera, la transformación de la representación y práctica de la política en las sociedades contemporáneas, por el influjo nuclear y determinante de los medios de comunicación de masas.
La democracia mediática como concepto infiere una profunda alteración de las condiciones de percepción, expresión y participación en la actividad política en las que se desenvolvía, hasta la irrupción arrolladora de los medios de comunicación de masas, la democracia representativa o poliarquía política social liberal. No sólo se trata de la adopción de nuevas formas de acceder, difundir y compartir mensajes y conocimientos sobre la realidad política para el ejercicio de las funciones de la democracia antes conocida, sino que desemboca en una auténtica colonización (Meyer, 2002)[1] que afecta a la propia naturaleza de los procesos institucionales y sistémicos, tanto de los regímenes democráticos como de cualquier otra forma de gobierno.
Ya a principios del siglo XX los teóricos de la cultura de masas, como Ortega, describieron efectos embrionarios del papel político al que apuntaban los medios masivos de comunicación social. En Alemania, Ernst Manheim, en 1933, iniciaba la reflexión germánica sobre la mediatización (mediatisierung) de la sociedad en la que profundizarán más adelante otros autores como Habermas. Pero será a partir de la popularización de la televisión cuando se comience a identificar la influencia política de la intervención mediática en clave de distorsión o degradación de los principios de la democracia.
Los primeros en denunciarlo fueron ensayistas provenientes del periodismo: Furio Colombo (1974)[2] culpó a la televisión de visivo de la política y describió un nuevo tipo de líderes electrónicos que a base de gestos banales y efímeros desplazaban a los líderes tradicionales con reputación ideológica o moral. El periodista y ensayista político Kevin Phillips fue pionero en proponer el término mediacracy en un libro visionario (1975) sobre el ascenso de nuevas elites políticas en Estados Unidos, vinculadas al control de los medios de comunicación y las industrias del conocimiento[3]. Aunque su ensayo se centraba más en las bases socioeconómicas de esa ascendente clase dirigente, vincula ésta a una revolución en las comunicaciones de masas equiparable al peso de la revolución industrial y pronostica que la atracción mediática hacia polémicas sobre imperialismo, nacionalismo económico o rivalidad étnica desplazará a las clases trabajadoras hacia adscripciones neopopulistas y quebrará las claves de fidelidad partidista hasta entonces existentes. Irónicamente, las duras críticas que recibió el libro consideraban irreal tal evolución porque –decían–, si un gobierno pretendiera atraerse al electorado mediante tales propuestas populistas, sólo obtendría el inmovilismo político de una sociedad insatisfecha, presa de «una retórica de ataque en los medios», «nefasta e inefectiva», que «socavaría la credibilidad de los propios medios y de las voces que ellos transmitan» (Sigal, 1976)[4]. El profesor de Derecho y luego dirigente político Roger Schwartzenberg (1977)[5] divulgó con gran eco la idea de que los medios y el periodismo han reducido la política a un espectáculo frívolo o dramático, convirtiendo a los líderes políticos en estrellas de consumo, al nivel de actores de cine y deportistas y reduciendo los debates de ideas a simples fascinaciones publicitarias.
Los académicos de la comunicación política han tratado de convertir lo que surgió como metáfora expresiva en una categoría analítica más perfilada. Y así, Altheide y Snow (1979)[6] acuñan el concepto de la lógica mediática, contrapuesta y contaminadora de la lógica política, cuando los representantes y las instituciones de gobierno se amoldan a plantear los asuntos públicos en clave personalizada y de impacto dramático para captar la curiosidad efectista de los medios y sus audiencias. Referencias dispersas a una democracia visiva se van reuniendo poco después (Dader, 1983:493 y ss.)[7] para describir una tendencia de las democracias contemporáneas hacia una comunicación entre gobernantes y gobernados desprovista de análisis racional, volcada hacia los aspectos simbólicos y supeditada a la apelatividad estética y de fácil percepción visual y sensitiva. Un diagnóstico que, proyectado a todos los órdenes de la cultura, alcanzará gran apogeo internacional con el libroHomo Videns de Giovanni Sartori (1997)[8].
Tales estímulos tienen, según Swanson (ed. 1995: 4 y ss.)[9], el peligro de instaurar una democracia centrada en los medios, que aplaste y reemplace los procedimientos e instituciones políticas tradicionales, modificando no sólo la forma de presentar las decisiones y propuestas, sino alterando las prioridades y dando acceso a voces carentes de racionalidad. El gobierno, por ejemplo,
«deja de ser una burocracia grande e impersonal, vagamente comprensible (…) Se hace más visible para los ciudadanos, éstos pueden llegar a esperar más de él». Pero también provoca «indeseables presiones» a favor de soluciones imposibles e inmediatas. Se produce así una contradicción entre las formas cooperativas, colectivas y de lenta evolución de la gobernanza tradicional parlamentaria y «la preferencia de las formas narrativas de los medios modernos por la personalización y atribución de causalidad a los individuos».
No obstante, para Mazzoleni y Schulz (1999)[10] el uso generalizado que el concepto de democracia mediatizada o mediática había adquirido a finales del siglo XX requería una evaluación más ecuánime, pues el efecto apocalíptico que muchos autores llegaban a atribuirle –algunos hablan incluso de «golpe de estado mediático»– resultaba en su opinión excesivo. Su conclusión es que, sin despreciar las críticas vertidas contra el «irresistible poder» atribuido a los medios de masas sobre el proceso democrático, la intrusión mediática creciente no equivale, sin embargo, a una toma de control de las instituciones políticas. Su análisis reconoce que dichas instituciones dependen cada vez más de la representación mediática de la política, pero sin que las funciones y procesos políticos dejen de estar regidos por los valores y procedimientos reglados en la democracia de tradición liberal.
Strömbäck (2008)[11] considera, en cambio, que la mediatización de la política implica cuatro fases de gradación. Y si bien el proceso puede ser reversible, además de presentar dinámicas muy diversas en función de cada entorno institucional y tipo de actores afectados, existe una cuarta fase de la mediatización, comprobable en algunos ámbitos, en la que la política no sólo se adapta, sino que adopta la lógica de la noticiabilidad mediática y la apelatividad comercial como criterio rector.
Revisiones más recientes como la de Elena Block (2013)[12] interpretan la mediatización de la política como una nueva forma de articulación simbólica de los conflictos y decisiones políticas que trasciende a los propios medios de comunicación empleados. En ella, la actividad política y mediática coevolucionan con la propia cultura contemporánea en un proceso social de trilateral interdependencia.
Landerer (2013)[13] por su parte, retoma los conceptos citados de «lógica política» frente a «lógica mediática» y considera que deben replantearse en términos de «lógica normativa» frente a «lógica del mercado». A partir de ahí, los actores políticos convergen con los mediáticos en utilizar la lógica marquetínica o del mercadeo en determinados aspectos de la representación política, mientras que en otros predominan las fuerzas normativas, en conjunción con factores económicos, tecnológicos y culturales. A pesar de lo cual, concluye que si la orientación hacia el mercado llegara a dominar por completo el campo de la política se produciría un serio desafío a los procedimientos institucionalizados de las democracias avanzadas.
La aparición de Internet no ha modificado en lo sustancial los procesos descritos, si bien su propia diversidad alienta también espacios de recuperación de la lógica democrática genuina.
Véase también
Referencias
- ↑ Meyer, T. (2002): Media Democracy: How the Media Colonized Politics. Cambridge: Polity Press.
- ↑ Colombo, F. (1974): Televisione: la realta come spettacolo. Milano: Bompiani [Ed. Española 1976].
- ↑ Phillips, K. (1975): Mediacracy: American Parties and Politics in the Communication Age. Nueva York: Doubleday.
- ↑ Sigal, L. (1976): «Mediacracy…» [Crítica a op. cit.], Political Science Quarterly, vol. 90:4: 746-748.
- ↑ Schwartzenberg, R. (1977): L’Etat spectacle. Essai sur et contre le Star System en politique. Paris: Flammarion [Ed. española 1978].
- ↑ Altheide, D. y Snow, R. (1979): Media Logic. London: Sage.
- ↑ Dader, J. L. (1983): Periodismo y pseudocomunicación política. Pamplona: Eunsa.
- ↑ Sartori, G. (1997): Homo Videns: Televisione e Post-Pensiero. Roma: Laterza.
- ↑ Swanson, D. (Ed.) (1995): «El campo de la comunicación política. La democracia centrada en los medios» (v.o. 1993): 3-24, en Muñoz-Alonso, A. y Rospir, J. I. (Eds.): Comunicación Política. Madrid: Universitas.
- ↑ Mazzoleni, G. y Schulz, W. (1999): «<Mediatization> of Politics: A Challenge for Democracy?», Political Communication, vol. 16: 247-261.
- ↑ Strömbäck, J. (2008): «Four Phases of Mediatization: An Analysis of the Mediatization of Politics», Press/Politics, vol. 13: 228-246.
- ↑ Block, E. (2013): «A Culturalist Approach to the Concept of Mediatization of Politics: The Age of <Media Hegemony>», Communication Theory, vol. 23: 259-278.
- ↑ Landerer, N. (2013): «Rethinking the logics: A Conceptual Framework for the Mediatization of Politics», Communication Theory, vol 23:239-258.
Autor de esta voz