Lenguaje televisivo

De WIKIALICE
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Se llama lenguaje televisivo al conjunto de métodos y técnicas que se basan en códigos cuya finalidad es la promoción de modelos de vida, de acuerdo con las relaciones sociales de producción que prevalecen en una sociedad determinada. La imagen televisiva es compleja por su modo de organizar y condensar información variada.

La televisión se caracteriza por una cosa: entretiene, relaja, divierte: «invade toda nuestra vida», dice Sartori (1997)[1], dentro de un conjunto de estructuras intelectuales y emocionales que inciden en la mente del sujeto receptor (Gerbner, 1985)[2].

El análisis de esa acción constituye la esencia semiótica de la televisión. Para ello se observan desde el Mensaje lingüístico hasta el corporal de los personajes y encuadres, tomas, planos y secuencias. Todo el mecanismo de comparaciones y confrontaciones que concatenan las imágenes en una narración compone la gramática televisiva.Cada imagen en la pantalla es signo, tiene significado, es portadora de información.

Este significado puede tener un doble sentido. Por una parte, las imágenes de la pantalla reproducen los objetos del mundo real; entre estos objetos y sus imágenes de la pantalla se establece una relación semiótica, los objetos se convierten en las significaciones de las imágenes que son producidas en la pantalla. Por otra parte, las imágenes en la pantalla pueden adquirir significaciones complementarias, muchas veces totalmente inspiradas; la luz, el montaje, el juego de tomas, el cambio de velocidades, etc., pueden y, de hecho, confieren a los objetos reproducidos en la pantalla, significaciones complementarias: simbólicas y metafóricas, indica Gerbner.

De acuerdo con Berkowitz (1986)[3], el lenguaje televisivo presenta dos tendencias: una basada en la repetición de los elementos y en las experiencias vitales o artísticas de los espectadores, creando unsistema de expectativas; otra, infringiendoun determinado punto. Las significaciones televisivas se basan en desplazamientos, en una deformación de las sucesiones, de los hechos o de los aspectos habituales de las cosas; tanto significativo como deformado resultan sinónimos.

Cuando el espectador adquiere el hábito de obtención de la información televisiva, confronta lo visto en la pantalla con el mundo real y con los estereotipos que ha visto y asimilado. En este caso, el desplazamiento, la deformación, el truco argumental, el contraste, el montaje, en fin, la imagen cargada de hipersignificaciones se hace familiar, esperada, y pierde informatividad. En tales condiciones, el retorno a la imagen simple, despojada de toda asociación, la afirmación de que el objeto no representa nada más que a sí mismo, la renuncia al trucaje y a los montajes bruscos, se hacen inesperados, o sea, significativos.

La diferencia entre el léxico del lenguaje verbal y el visual radica en los significantes (Collins, 1975)[4]. El significante del lenguaje verbal es la palabra, ésta puede designar un objeto, un grupo de objetos o una clase de objetos, sin importar el grado de abstracción que se desarrolle en este proceso. En cambio, el significante del Lenguaje visual es el signo icónico (imagen, gesto, postura corporal, color, forma, nivel de figuración, etc.), cuyo grado de polisemia es mayor, pues puede ser interpretado de diversas maneras, pero con menor índice de abstracción, ya que representa analógicamente a los objetos, aun cuando las imágenes tengan diferentes niveles de abstracción.

La importancia del lenguaje de la televisión radica en que conjuga los lenguajes verbal y visual, lo que lo convierte en un lenguaje audioescrito-visual. Con sus primeros planos, acercamientos, ángulos de visión y sus cambios de perspectiva consigue una gramática y, de cada imagen, un súper signo (por la multiplicidad de códigos utilizados para crear sentido y significado).

Los objetos que aparecen en la pantalla en un plano general se perciben como metáforas; ese mismo papel desempeña la imagen deformada, como la mano de tamaño desmesurado que se extiende hacia el espectador.

Diversos autores han sostenido que es posible una clara expresión del sentido deseado, y que las intenciones de un medio que quiere reflejar «hechos reales» y argumentos pueden, así, ser transparentes si el público está bien versado en cómo interpretar el medio (proceso que equivaldría a saber hablar y escribir visualmente) y, por otra parte, si tienen la oportunidad de verificar sus interpretaciones. La transparencia del medio es un mito con sutilezas psicológicas.

Dentro de la imagen televisiva intervienen diversos códigos que se interrelacionan para otorgarle a la imagen su significado y sentido (Deutsch y Krauss, 1965). Los códigos se encuentran estrechamente vinculados y hacen referencia a valores, normas y, en general, a pautas culturales cotidianas que cada persona relaciona con su experiencia y les otorga sentido. De ello se deduce que en una primera lectura de las imágenes hay un significado manifiesto y otro latente; el primero es a lo que evoca o representa la configuración icónica; y en el segundo nivel el enunciado iconológico describe y se da a través de la cultura (Eco, 1979)[5].

La tecnología en la industria televisiva permite la explotación sistemática de la imagen con el apoyo consciente y reglamentado de los códigos espacio-temporales visuales. Aparece el mensaje connotado como sobrecarga en este proceso de comunicación.

Este mensaje está unido a los elementos sensibles de la imagen (colorido, formas, sensualidad latente, etc.), que favorecen en la mente del receptor una disociación entre la realidad y la irrealidad, los concentra alrededor de la mitología personal y/o colectiva (Berkowitz, 1986)[3].

La televisión permite la creación de un «imaginario colectivo»: ofrece una visión del mundo a través de los contenidos emanados de sus emisiones, forma zonas limitadas de sentido, difunde valores que tienden a formar al ser social junto con otras instituciones (familia, iglesia, escuela, empresas, sindicatos, partidos políticos, etcétera).

Castañares (2006) concluye que la televisión representa a aquellos que la hacen y la consumen, es un tipo de representación. Los semiólogos han repetido que todo texto es un espacio en el que, inevitablemente, quedan representados quienes lo producen y quienes lo interpretan.

Al utilizar la metáfora del espejo de Stendhal, Castañares señala que la televisión posee dos características específicas que hacen más literal esta metáfora. Primera, el uso de la imagen visual como materia o sustancia de la expresión. Segunda, que las imágenes que aparecen en la pantalla reflectora en ocasiones pertenecen a sujetos que han sido extraídos del mundo al que pertenecen o que han sido extraídos del mundo al que pertenecen los espectadores.

La televisión representa a los que la hacen y a los que la ven, no de manera neutra o automática, sino constructiva. El medio no es el mensaje, pero lo construye. La televisión construye un discurso con aquellos elementos que tiene a su disposición. Pero los valores éticos y estéticos de la televisión no se construyen en la televisión y para la televisión sino que remiten a los valores de una sociedad, de una cultura que tiene una historia y que se encuentra en una encrucijada: los imperativos morales que dominan el Imaginario de los personajes televisivos, expresados en otros discursos sociales.

Los medios de comunicación cambian la interacción entre gobernantes y gobernados. Primero el cine, después la radio y de manera muy especial la televisión han impactado esta vinculación.

La televisión cambió todo el equilibrio y la naturaleza de la exposición política; antes de su llegada, podían ver a un candidato cincuenta mil personas y quizá medio millón durante toda una campaña. Ahora, millones y millones pueden verlo en una sola noche. Los publicitarios jugarían, desde entonces, un papel decisivo (Maarek,1997)[6]. La televisión recibió, en 1960, la legitimación como el principal instrumento del discurso político.

La televisión desde sus inicios no sólo inclinaba la balanza en la contienda presidencial de Estados Unidos, sino que ayudó a cambiar el equilibrio institucional político hacia la presidencia y apartarlo de otros centros de poder, creciendo mientras tanto como un centro mayor del poder mismo.

Si los políticos no aparecen en televisión desempeñando sus funciones más importantes, entonces, en lo que se refiere a la mayoría de las personas, no están haciendo nada; es, justamente, como si no existiesen. El lenguaje de la televisión, que sirve tanto a la política como a productores y espectadores para reproducir el mundo que habitan, enfrenta los retos del nuevo milenio.

La televisión llega, a través de sistemas digitales, de fibra óptica, satelital o cable, a más teleaudiencia, pero de manera fragmentada. Los telespectadores reciben información, entretenimiento y servicio en una multiplicidad de ofertas y una abundancia de canales.

El fenómeno denominado neotelevisión (entendido como la oferta en competencia de las programaciones de las televisiones públicas y privadas) ha cambiado la forma de producir y la estrategia para sacar el mayor provecho de la programación.

Véase también

Bibliografía

  • Gerbner, G.; Gross, L.; Morgan, M.; Signorielli, N. (1982): Charting the mainstream: Television’s contribution to political orientation, Journal of Communication, 32 (2): 100-127.

Referencias

  1. Sartori, G. (1997): Homo Videns. La sociedad teledirigida. Madrid, España: Taurus.
  2. Gerbner, G. (1985): «Mass media discourse: message system analysis as a component of cultural indicators», en New approaches to the analysis of mass media discourse. Berlín: Walter de Guyter and Co.
  3. 3,0 3,1 Berkowitz, L.; Rogers, K. (1986): «A priming effect analysis of media influences». En J. Castañares, W. (2006): La televisión moralista. Valores y sentimientos en el discurso televisivo. Málaga: Editorial Fragua.
  4. Collins, A.; Loftus, E. (1975): A spreading- activation theory of semantic memory. Psychological Review, 82: 407-428.
  5. Eco, U. (1979): La estructura ausente, España: Ed. Lumen.
  6. Maarek, P. J. (1997): Marketing político y comunicación. Barcelona: Editorial Paidós.


Autor de esta voz

Javier Sánchez Galicia