Oratoria

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Oratoria es el arte de hablar o expresarse con elocuencia. Según la clásica definición de Catón, el orador es el experto en hablar (vir bonus dicendi peritus) mientras que la oratoria es la ciencia del bien hablar, según la clásica fórmula de San Isidoro (bene dicendi scientia). Desde las catilinarias de Cicerón a los discursos de Martin Luther King o Barack Obama, la oratoria hace, por tanto, referencia al discurso oral. Sin embargo, en comunicación política la oratoria se refiere específicamente a una de las tres ramas en que Aristóteles la dividía: la oratoria deliberativa, por oposición alaoratoria o al discurso forense o judicial y al discurso epidíctico. La oratoria o el discurso deliberativo tiene como finalidad conmover o convencer a alguien para que realice algo, como sería característico del discurso político, o para que crea algo, función principal del discurso religioso.

La oratoria deliberativa, la oratoria política por antonomasia, se refiere constantemente al futuro, mientras que la oratoria forense alude al pasado, ya que trata de aclarar qué ha sucedido y quiénes son los actores implicados en los sucesos para extraer determinadas responsabilidades jurídicas según el derecho vigente. La oratoria deliberativa desarrolla los cuatro temas esenciales de la ventaja, desventaja, virtud y vicio, mientras que la oratoria forense o judicial tiene como tópicos característicos la justicia y la injusticia. En contraste, la oratoria o el discurso epidíctico o demostrativo están orientados bien al elogio o a la recriminación y la censura, y referido esencialmente al pasado, al elogiarse o censurar hechos o virtudes de una determinada persona.

Estilo y sustancia

En la oratoria política el estilo nunca puede sustituir a la sustancia. Es cierto que la retórica de los discursos políticos suele estar muy próxima a la poesía y al verso, incluso que puede tener el mismo ritmo musical, y que suele recomendarse a muchos oradores que pauten sus textos como si se tratase de poemas y los declamen como tales, con el mismo tono, haciendo pausas entre líneas, etc. (Humes, 2002: 117-126)[1]. Sin embargo, hay que poner de relieve, como señala Peggy Noonan, célebre escritora de discursos del presidente Reagan, que «no hay un gran discurso sin una gran política» detrás, y es importante no confundir el estilo con el mensaje:

«El estilo refuerza la sustancia; da voz a la sustancia, hace memorable un mensaje, hace más clara y comprensible la política. Pero no es en sí mismo el mensaje. El estilo no sustituye a la sustancia y no puede camuflar una falta de sustancia… Y donde no hay sustancia, el estilo perecerá. No puedes ser elocuente sobre nada. No puedes decir algo banal de una manera interesante» (Noonan, 1998: 78)[2].

En este sentido, Ted Sorensen (2008: 138-142)[3], el escritor de discursos de J. F. Kennedy, precisa algunas de las reglas básicas que ha de seguir todo buen orador en la política moderna: menos es siempre mejor que más; es conveniente escoger la palabra más precisa; organiza el texto para simplificar, clarificar, enfatizar; hay que usar variedad y mecanismos literarios para reforzar cosas memorables, y no para confundir o distraer; se recomienda emplear un lenguaje elevado, pero no grandioso; y, finalmente, hay que tener en cuenta que las ideas sustantivas son la parte más importante de cualquier discurso.

A estas sugerencias de Sorensen, uno de los más notables redactores de discursos contemporáneos, hay que añadir una preparación minuciosa del orador. Un líder político no debe improvisar sus discursos más importantes. Al respecto, Richard Nixon menciona una anécdota de la Convención Republicana de 1952 en la que conoció a Randolph Churchill, periodista e hijo del gran líder británico y excelente orador Winston Churchill, y, movido por la admiración, le confesó la profunda impresión que le producía la enorme destreza de su padre para pronunciar unos discursos improvisados tan brillantes. La respuesta que recibió fue: «Mi padre ha pasado los mejores años de su vida escribiendo sus discursos improvisados». Como escribiría el mismo Winston Churchill en una de sus obras más tempranas, Savrola, «las flores de la retórica son plantas de invernadero», por lo que resulta aconsejable preparar concienzudamente y con esmero cualquier «pieza de oratoria improvisada». La preparación no sólo se refiere a la redacción del discurso por parte del orador sino también al ensayo previo del mismo.

Véase también

Bibliografía

  • Dowis, R. (2000): The Lost Art of the Great Speech. How to Write One, How to Deliver it. Nueva York: Amacom.
  • Green, R. (Ed.) (2002): Words that Shook the World. 100 Years of Unforgettable Speeches and Events. Nueva York: Prentice Hall.
  • Leanne, S. (2009): Say It Like Obama. The Power of Speaking with Purpose and Vision. Nueva York: McGraw Hill.
  • Lehrman, R. (2010): The Political Speechwriter’s Companion: A Guide for Writers and Speakers. Washington D. C.: CQ Press.
  • Nelson, M. y Riley, R. L. (2010): The President’s Words: Speeches and Speechwriting in the Modern White House. Lawrence: University Press of Kansas.
  • Olive, D. (Comp.) (2008): An American Story: The Speeches of Barack Obama. A Primer, Toronto: ECW Press.
  • Wills, G. (1993): Lincoln at Gettysburg. The Words that Remade America. Nueva York: Simon & Schuster.

Referencias

  1. Humes, J. C. (2002): Speak Like Churchill, Stand Like Lincoln: 21 Powerful Secrets of History’s Greatest Speakers. Nueva York: Three Rivers Press.
  2. Noonan, P. (1998): On Speaking Well. Nueva York: Harper Collins.
  3. Sorensen, T. (2008): Counselor: A Life to the Edge of History. Nueva York: Harper.


Autor de esta voz

Antonio Garrido